Dieciséis saques de esquina botó el Real Zaragoza, pero como si hubieran sido 300. Apenas remató un par y ninguno de ellos derivó en ocasión de gol. Guti fue el ejecutor en casi todos ellos, lo que reduce considerablemente la posibilidad de peligro. El canterano, siempre titular con los tres entrenadores que han pasado ya por el banquillo a pesar de no haber dado un solo motivo para ello (más bien todo lo contrario), no es, ni de lejos, un especialista en la materia, como quedó bien claro. Unos bombeados en exceso para regocijo del portero, otros al primer palo por abajo y unos cuantos algo decentes pero siempre lejos del alcance del compañero.
Cada córner era un martirio y eso, en esta categoría en la que la estrategia da es sagrada, es un sacrilegio en toda regla. Casi tanto como la gestión de la superioridad numérica desde el banquillo. Sellés lo bordó en el planteamiento inicial y su equipo completó, seguramente, la mejor primera parte del curso, pero la expulsión de Dubasin antes del descanso, lejos de acabar con el Sporting, destrozó a un Zaragoza que nunca tuvo claro qué hacer con el rival y con el partido. Así que, una vez más, lo mandó al garete.
Cada córner era un martirio y eso, en esta categoría en la que la estrategia da es sagrada, es un sacrilegio en toda regla
Huele a muerto un Zaragoza malo de solemnidad en las áreas y en el balón parado, lo que le condena irremediablemente a ser el protagonista principal de la crónica de una muerte anunciada. Es imposible salvarse cuando el déficit en estas disciplinas es tan acuciante. Ni contra uno menos durante una hora ni ante un rival sin sus mejores jugadores (Dubasin, Gelabert y Otero) es capaz el Zaragoza de marcar un puñetero gol. Porque remata a puerta como un equipo alevín y porque carece de la lucidez necesaria para elegir las vías más adecuadas hacia el marco rival, si bien su fracaso es compartido con un entrenador que en lugar de buscar la circulación rápida de lado a lado y el dos contra uno en banda (el ABC del juego en superioridad numérica) dejó sin minutos a Moya y Tasende para poner a un diestro (Saidu) de lateral zurdo y a otro (Moyano) justo por delante, todo bajo la cuestionable batuta del sempiterno Guti en una medular en la que el balón nunca circuló con fluidez, dinamismo ni sentido. El «caos organizado» que preside el manual de estilo de Sellés fue solo lo primero.
Huele a muerto un Zaragoza malo de solemnidad en las áreas y en el balón parado, lo que le condena irremediablemente a ser el protagonista principal de la crónica de una muerte anunciada
Duele tanto la derrota porque desprende ese hedor a cadáver que tanto apesta. El Zaragoza es un equipo pobre en cuerpo y alma que nunca hace daño y al que se lo hacen con extrema facilidad. Un alma en pena incapaz de sacar provecho de una gran primera parte en la que ofreció una fenomenal imagen. Pero eso no da puntos, que es de lo que se trata a estas alturas. Cuando tuvo que dar ese paso adelante, lo dio hacia atrás. Cuando el fútbol se empeñó en salvarlo a base de ponérselo todo de cara, el Zaragoza la giró, bajó la cabeza y volvió a convencerse de que no iba a ser capaz. Y no lo fue. Se empeña el equipo aragonés en morir y está muy cerca de hacerlo.
Cuando tuvo que dar ese paso adelante, lo dio hacia atrás
La primera parte es el clavo ardiendo para los que eligen seguir creyendo. La segunda, sin embargo, ejerce de epitafio. Jugadores menores a los que se les conceden demasiados galones, más miedo que alma y un maltrato al juego y a sus facetas elementales lo están pudriendo todo.
