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Por uno de esos extraños caprichos del fútbol, el Celta logró su primera victoria del curso en uno de los partidos que peor jugó. Durante demasiados minutos, hubo que hacer todo un ejercicio de imaginación para reconocer al equipo que ayer vestía de celeste sobre el césped de El Sadar. Un equipo plomizo, apocado con la pelota y endeble sin ella, cuyo único plan fue lanzar balones en largo hacia Borja Iglesias por si acaso sonaba la flauta. Se equivocó Giráldez con la alineación, que no funcionó, y tardó demasiado tiempo en realizar los cambios en busca de una reacción que llegó después de que Budimir fallase milagrosamente un penalti que podía haber dejado el partido visto para sentencia.

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