A simple vista no se diría que el helicóptero Seahawk que está llegando a la costa desde la fragata Santa María venga en vuelo de caza. Pero es que apenas se ve su objetivo, un pequeño pero letal dron de ataque que se aproximaba a un puesto de mando en una colina. Pronto helicóptero y dron emprenden en el cielo una carrera, como un elefante persiguiendo a un mosquito. Y pronto se evidencia el propósito de la persecución cuando empieza a sonar el tableteo de la ametralladora de 7,62 milímetros del helicóptero tratando de abatir al robot. En el océano se pierden las balas, dejando al impactar en el agua una recta estela de salpicaduras.
Ese mar es el Atlántico y ese cielo el de Doñana. El lance es uno más del Ejercicio Atlas-25, dirigido por el Estado Mayor de la Defensa y organizado por el Mando de Apoyo a la Maniobra del Ejército, sin precedentes en extensión a todo el alfoz de la seguridad del Estado: militares de Tierra, de la Armada y del Aire, además de las unidades aéreas de la Policía y la Guardia Civil, se coordinan en la defensa anti drones y antimisil.
Técnicamente es un ejercicio de UAS y contra-UAS, los sistemas de aeronaves no tripuladas y de intercepción radiológica que han puesto patas arriba los supuestos sobre equilibrio de fuerzas que regían antes de la guerra de Ucrania.
A command post, with large electronic warfare antennas, set up for Exercise Atlas-25 / José Luis Roca
Uno de los planeamientos de las maniobras es un gran ataque de drones y misiles contra la ciudad de Huelva. El objetivo que hay que defender queda a 30 kilómetros, la distancia en la que se dispone todo un entramado de guerra electrónica, aeronaves, cohetes y ametralladoras que sirva de muro anti drones… y que también es objetivo del ataque, en este caso para dejar sin defensa aérea a la urbe andaluza. “Más cerca no se debería disponer la defensa, porque si allí están cayendo misiles, no tiene mucha lógica…”, empieza a explicar el teniente Luis Luna, del Mando de Artillería Antiaérea, señalando con la cabeza hacia poniente.
El joven oficial pertenece a la generación Zeta criada entre videojuegos y pecés, y se conoce y habla de los drones y de sistemas de engaño, intercepción o disparos “hard kill” como si fueran viejos conocidos de su vecindario habitual.
Mirando al Este
A lo que los civiles ucranianos conocen como su cotidiano infierno de media noche, en los cerros del campo de tiro de Médano del Loro los militares lo llaman “ataque de saturación multicapa”. Consiste en el arribo a diferentes alturas y desde distancias que pueden ser de miles de kilómetros de una multitud de variados aparatos voladores no tripulados. Algunos son señuelos, otros son misiles de crucero, o balísticos; otros son drones perturbadores de señal y otros… estos últimos traen a la muerte como pasajera en sus hasta 100 kilos de carga explosiva.

The Chief of the Army Staff, Amador Enseñat, greets officers from various forces at the Médano del Loro maneuver field (Huelva) / José Luis Roca
Un esquema de colores que los soldados de Atlas-25 han fijado en un tablón de madera se llena de drones en la parte que describe a los atacantes. Aparecen fotos de pequeños cuadricópteros Mavic, poco menos que juguetes cuyo operador, a cinco kilómetros de distancia, puede emplear para espiar o arrojar granadas sobre personas y vehículos. Vuelan también, en la cota de 2.500 a 5.000 metros de altura, los Raven, los Matrice 300, los Seeker, los Paveh… Y en una esquina del cuadro aparecen el Sahed iraní y el Gerbera ruso, claras pistas de qué tipo de amenaza se considera estos días en Huelva.
Que los nombres de los drones de ataque sean tan populares como los de los misiles Tomahaw y los cohetes Kalibr es cuestión de tiempo. “Al campo de batalla han llegado para quedarse”, dice Juan Luis Chulilla, propietario de Red Team, uno de los empresarios que llevan soluciones para probar a militares y policías.
Unos civiles con sus inventos
El Atlas-25 no es solo un ejercicio militar en un campo de maniobras. Por las faldas de colinas que miran a la playa del Médano del Loro se esparcen tiendas arropadas con redes de camuflaje verdes y pardas, de las que brotan antenas, radares giratorios, extraños artilugios de formas diversas que han traído representantes de las empresas.
En total, cuenta el teniente coronel Enrique Costas, participan “400 militares de 21 unidades de toda España”, de las tres fuerzas armadas, además de la Guardia Civil y la Policía. Costas ha viajado desde A Coruña; unos legionarios que operan su propio sistema de defensa, desde Almería; y unos soldados enfrascados entre pantallas vienen del Regimiento de Artillería Antiaérea 71, el RAAA del distrito madrileño de Fuencarral. Hay además observadores internacionales y del Instituto Nacional de Técnica Aerospacial (INTA).
También se congregan en el ejercicio 140 civiles, ejecutivos e ingenieros de empresas como Amper, Escribano, TRC, Indra… que han integrado sistemas de defensa como el Aracne, y catedráticos de la Universidad de Alcalá y de la Politécnica de Madrid, en cuyas aulas hay gente diseñando soluciones para esta nueva dimensión de la guerra.

Some soldiers, with the machines of the Aracne anti-drone system, made up of products from various Spanish companies. / José Luis Roca
En un camino entre cerros hay que fijarse bien en el suelo para advertir un larguísimo hilo que ha caído en trayectoria inopinadamente recta. Es blanco, muy fino, discreto. Es la filoguía de fibra con que en el campo de batalla ucraniano los dos bandos conectan sus drones con rollos kilométricos, haciéndolos así invulnerables al jamming, la perturbación de señal de radio: no la necesitan, pues las órdenes les llegan por cable. Y esa es una de las innovaciones de la guerra, fruto del magín de un joven universitario ucraniano que compraba en AliExpress rollos de fibra óptica a 20 dólares el kilómetro.
El capitán Javier del Sol, del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (Ejército del Aire y el Espacio), dice que la de los UAS es “una amenaza muy creciente que está consiguiendo una gran capacidad de hacer daño si no se le para”. Por detrás del punto donde habla, entre matorrales de costa, surge un helicóptero robótico, ideado en las oficinas que la firma SITEP tiene en la calle Pere IV de Barcelona. “Se le puede armar con una ametralladora”, explica Luna.
El aparato volador se clava en el aire, y luego pasa a toda velocidad otro dron que antes militaba en un enjambre. Quizá hacer pelear a drones contra los drones sea la solución europea a la que hasta ahora está siendo, económicamente, una caza de mosquitos a cañonazos que preocupa a las cúpulas militares: helicópteros de 18 millones de euros o cohetes Mistral de medio millón exponiéndose ante temibles cacharros cuyo coste no pasa de los 10.000 euros. De eso, de equilibrar la balanza, también va Atlas-25.
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