No hubo proyecto del Deportivo que consiguiese más puntos que aquel de la temporada 2002-03. Ni siquiera el que gana La Liga en 2000. 69 por 72. Un equipo lleno de talento, con una gran inversión que asaltaba templos europeos aunque sin gran recorrido en la Champions y que no se puede entender sin las figuras de Valerón y Makaay. Uno convertido en el mejor pasador del continente y el otro en Bota de Oro.
El holandés había aprovechado la rendija que le había dejado el excelso Diego Tristán del ejercicio pasado, ese que había sido pichichi y que llegó como titular con España al Mundial de Japón y Corea para lesionarse a los cinco minutos de su primer partido en un giro de tobillo. Entre alguna recaída y un verano escaso de cuidados, llegó a la siguiente temporada como suplente de un Makaay que le había adelantado por la derecha y que ya no se bajaría de la titularidad.
Uno de los picos de aquella temporada fue el triunfo del Deportivo en Munich, el primer equipo español que lo hacía en casa del Bayern: 2-3. Makaay hizo los tres goles, Valerón dio dos asistencias y abrió la jugada del otro tanto. Eran la pareja de moda en Europa. Tres días después, quedó cercenada por una lesión evitable que sentó muy mal a Riazor y al deportivismo.
El día fatídico
El 21 de septiembre de 2003 el Dépor recibía en Riazor al Valladolid, próximo rival del equipo coruñés este fin de semana en su estadio. La historia de Munich se repetía. Dos goles del holandés, dos asistencias del canario. El equipo pucelano no sabía cómo frenarlo y el boliviano Peña, quien ya había sido la sombra del ex del Atlético en la primera parte, arreció en sus acometidas hasta que lo lesionó en el minuto 51 con una fea entrada, a destiempo, con las dos piernas por detrás. El canario voló por los aires, tuvo que ser sustituido y el diagnóstico fue claro: rotura en el peroné de la pierna izquierda del 21. Dos meses de baja, la primera lesión grave del 21 como jugador del Dépor. Luego llegaría su calvario con las rodillas.
Tristán se encaró con el boliviano, quien decía que no había ido de «mala fe». El de La Algaba se citó con él al acabar el partido, nada pasó. Valerón apareció días después en muletas y se lo tomó con resignación y hasta disculpó al infractor. Así era él, a pesar de que acabase de cortar de raíz uno de los mejores momentos de su carrera.