Las elecciones del 21 de diciembre en Extremadura suponen varias cosas a la vez, y algunas primeras veces juntas. La primera vez que esa región vota en solitario, sin que la fecha de los comicios autonómicos coincida con las de otras autonomías y las de los comicios municipales, como hasta ahora; las primeras elecciones sin el socialista Guillermo Fernández Vara, recientemente fallecido, quien encabezó la candidatura del PSOE extremeño ininterrumpidamente desde 2007 hasta las últimas elecciones en 2023, saliendo y entrando de la presidencia de la Junta, y también la primera vez que Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal miden sus fuerzas en las urnas, aun por personas interpuestas, después del año en que más se ha deteriorado su relación desde que en la primavera de 2022 el primero llegó a la presidencia del Partido Popular (PP).
Basta echar la vista apenas un año y medio atrás, al verano de 2024, para darse cuenta de cómo han evolucionado las relaciones entre el partido de la derecha y el de la extrema derecha, y entre sus dos líderes. De compartir varios gobiernos de coalición a nivel autonómico, incluida en la propia Junta de Extremadura, y pese a los recelos iniciales de la presidenta popular, María Guardiola, que le hicieron pegar en el verano de 2023 el gran volantazo de su carrera política, a no compartir ninguno, tras salirse Abascal de todos por su desacuerdo sobre el reparto de los menores migrantes llegados a Canarias entre el resto de las comunidades autónomas. De evitar tanto Feijóo como Abascal el choque en público e incluso dejarse ver en animada charla en los pasillos del Congreso a una frialdad que apenas la negociación en la Comunidad Valenciana para investir a Juan Francisco Pérez Llorca como sustituto de Carlos Mazón ha puesto entre paréntesis, para enseguida volver a la bronca.
El momento, en definitiva, no es bueno entre ambas formaciones, entre otras cosas por el auge de Vox en las encuestas que desata todo tipo de especulaciones en los cenáculos de Madrid (incluida la de un posible sorpasso al PP, especie que se alimenta también desde el PSOE y sus órbitas) y que curiosamente, o no tanto, ha corrido en paralelo a la vuelta a la Casa Blanca de Donald Trump, el más importante correligionario internacional de Abascal.
Pero a eso se añade que tanto el territorio como la candidata del PP y favorita absoluta a revalidar como presidenta de la Junta también dividen de manera acentuada a ambos partidos. Extremadura es, junto a Andalucía, una de las regiones más sociológicamente escoradas a la izquierda, pero donde la derecha empieza a arrebatarle a su adversario la hegemonía política. Y es, al mismo tiempo, una de las comunidades con mayor peso del sector primario, lo que impulsa a Vox a erigirse en defensor del campo frente a lo que denuncia como políticas ecologistas que lo estarían dañando, poniendo como siempre en el disparadero el pacto verde europeo y apuntando tanto a PP como a PSOE por respaldarlo en la Unión Europea (UE). Y en cuanto a Guardiola, y aunque curiosamente el trato personal con Abascal ha sido si no profundo, al menos cordial, el cortocircuito político entre ambos es innegable. Bastó que empezase la campaña para que en su primera jornada, este viernes, ambos cruzasen airados reproches. Guardiola le acusó de machismo por haber insinuado que quizás pedirían que no fuese la candidata a la investidura y el líder de Vox le espetó que igual ese tipo de acusación le habían servido para “medrar en su partido”. Feijóo terció diciendo que los candidatos del PP “no son marionetas”, afirmó haciendo un claro gesto con las manos como si de un titiritero se tratase.
Esa visible falta de entendimiento es la razón última de que se haya producido el adelanto electoral, sin posibilidad de aprobar los presupuestos autonómicos, y con buenas perspectivas electorales para el PP, dada además la dantesca situación de su rival socialista, Miguel Ángel Gallardo, que llega a la campaña imputado junto al hermano de Pedro Sánchez y a apenas unos meses de enfrentarse a una vista oral por presuntos delitos relacionados con la plaza que en 2017 se otorgó en el Conservatorio de la Diputación de Badajoz, encabezada entonces por el candidato socialista, a David Sánchez Pérez-Castejón.
Pese a todo lo descrito, y salvo dos posibles sorpresas mayúsculas cuando se abran las urnas el próximo día 21 (que Guardiola obtenga mayoría absoluta, o que Gallardo sume con Podemos para gobernar) PP y Vox tendrán que sentarse a la mesa por Navidad, como hacen todos los que tienen algún vínculo familiar por esas fechas, y qué duda cabe que, mutatis mutandis, cabe trazar esa analogía para describir la relación entre ambas formaciones.
Extremadura inicia el baile del nuevo ciclo electoral, ese que seguirá en el primer semestre de 2026 en Castilla y León y Andalucía, y quien sabe si en Aragón, donde el popular Jorge Azcón tampoco cuenta con el respaldo de Vox para sacar adelante los presupuestos autonómicos, y que culminará con las elecciones generales, si Sánchez logra agotar la legislatura, o con las autonómicas y municipales de mayo de 2027. Y desde ese punto de vista, lo que suceda a partir del 21 podría marcar el devenir de la futura relación entre el PP y Vox, que se necesitan pero se muestran muy celosos de sus respectivas áreas de influencia. Feijóo ya ha dejado clara en varias ocasiones su intención de gobernar en solitario, un propósito para el que le tendría que acompañar la aritmética de las próximas elecciones generales, por ejemplo si el PP suma más que toda la izquierda y sus aliados y una abstención de Vox fuese suficiente para llevarle a la Moncloa. Abascal lidera un proyecto en expansión, con más y más importantes socios internacionales en España que nadie (desde el citado Trump hasta los primeros ministros de Italia y Hungría, Giorgia Meloni y Viktor Orbán, pasando por la flamante Nobel de la Paz María Corina Machado, la líder de la oposición a Nicolás Maduro en Venezuela) y se hará valer después de cada cita con las urnas, donde sus perspectivas de crecimiento son exponenciales. El combate en el lado derecho del tablero político no ha hecho más que empezar.
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