Cada 16 de octubre, el Día Mundial de la Alimentación invita a reflexionar sobre cómo comemos, qué impacto tiene lo que ponemos en el plato y por qué, en pleno siglo XXI, seguimos luchando con el mismo problema: bajar de peso y mantenerlo.
Las cifras son contundentes. Según diversos estudios, el 97% de las dietas fracasan. No porque las personas carezcan de fuerza de voluntad, sino porque la mayoría de los métodos están diseñados desde la restricción y no desde la comprensión.
“Las dietas fracasan porque se enfocan en restringir, no en entender”, explica Christian Gabriel, CEO de Lonvital, una compañía que ha irrumpido en el sector con un método clínico y personalizado que se ha convertido en una alternativa real frente a los programas tradicionales de adelgazamiento.
“Cuando una persona sigue una dieta que no se adapta a su cuerpo, su mente ni a su contexto, puede perder peso temporalmente, pero tarde o temprano su organismo activa mecanismos de defensa: ansiedad, hambre emocional, pérdida de energía o efecto rebote”, detalla.
La promesa de Lonvital es diferente: perder peso sin recuperarlo, sin fórmulas mágicas ni sacrificios extremos. Su enfoque combina ciencia, psicología y sostenibilidad. “En Lonvital no trabajamos con dietas, sino con personas”, resume Gabriel. “Analizamos más de 200 factores que influyen en el peso —desde el sueño o el estrés hasta la microbiota o los hábitos inconscientes— y diseñamos un tratamiento que se adapta al paciente, no al revés”.
El trabajo emocional
Uno de los pilares del método es el trabajo emocional. Porque comer no es solo una cuestión de hambre. “Las emociones son una de las raíces más profundas del sobrepeso. Muchas veces comemos por estrés, aburrimiento, ansiedad o culpa, no por hambre real”, apunta.
Para abordar esa parte invisible del proceso, Lonvital combina la psicoterapia y la neurociencia del hábito. Su equipo de psicoterapeutas ayuda a identificar los detonantes emocionales que llevan a comer de cierta manera y a sustituirlos por acciones pequeñas y sostenibles.
El programa utiliza incluso la metodología Tiny Habits de BJ Fogg, una de las más estudiadas por universidades como Stanford, que permite generar cambios reales sin esfuerzo ni culpa.
Pero el cambio va más allá de lo individual. En plena crisis alimentaria y climática, el enfoque sostenible también es un factor diferencial. “Un enfoque sostenible entiende que la salud individual está conectada con la salud del planeta”, afirma Gabriel. “En lugar de imponer restricciones o productos milagrosos, buscamos reeducar al paciente para que tome decisiones conscientes: comer mejor, moverse más y gestionar mejor su entorno”.
