Óscar Freire recibió en su casa de Torrelavega entre “ajetreo de chavalucos”, una mesa en forma de cassette de música y tres maillots arcoíris enmarcados “justo enfrente”. Desde allí repasaba, junto al portal de JotDown en una entrevista el pasado año, una vida que arranca en un barrio obrero y termina en la élite del ciclismo mundial. “Soy el cuarto de cuatro hermanos, el más pequeño, y a mí durante muchos años me crio mi abuela“, resume. Su padre trabajaba en la papelera SNIACE, su madre “trabajaba en el mercado y tenía una tienda en Tanos”, y él se crió “mucho mejor de lo que disfrutan ahora los críos”, siempre en la calle, aprendiendo a ser independiente: “Eso te hace ser más independiente”.
La bicicleta llegó de la mano de la familia. “Mi primera bici me la regaló mi tío“, recuerda, y con ella empezó a ganar carreras y “mis dinerillos”, combinando sus triunfos con la ayuda económica del tío para poder seguir en aficionados. De aquella primera máquina solo queda la memoria: “Me la trajeron los Reyes… una pena que no la tenga, me hubiese encantado conservar mi primera bici“.
Muy pronto se vio diferente. “Es que siempre he sido ganador”, admite. Tenía velocidad, intuición y una capacidad casi quirúrgica para leer el pelotón. “Tenía una cualidad muy buena para ganar carreras, que era ser rápido”, explica. Y añade otra virtud que le marcó: “La concentración, la frialdad”. Años después, ya retirado, lo condensa en una frase demoledora: “Yo creo que lo que mejor hacía yo era saber correr, y ahora veo a muchos ciclistas que no saben correr“.
El salto a la fama llega con Verona 1999. Freire aterriza en un Mundial al que España llega sin gran presión y se baja del circuito con el maillot arcoíris. “Una vez que estoy allí yo siempre pensaba en ganar”, admite. No era favorito, “no me conocían tanto”, pero supo aprovechar la duda ajena. Aún hoy recuerda la sensación extraña de no creerse campeón del mundo: “No lo vi claro ni en meta, no sabía que era campeón del mundo, me parecía tan…”. Acabó presentándose en la rueda de prensa con un simple “me llamo Óscar Freire“, mientras muchos aún se preguntaban quién era ese español que había arruinado el guion.
Su relación con la selección española cambió con los años, entre bicefalias y policefalias. De Verona pasa a convivir con otros líderes, intereses de equipo y presiones externas. Él mismo lo resume con franqueza: “El problema fue eso, que dejas de ir a un Mundial, llegas al siguiente año, otro seleccionador diferente y hay más favoritos”. Y sostiene que para un seleccionador “es situación complicada, porque cada uno corremos en un equipo diferente, nos paga un equipo diferente y no se gana por selección, se gana a nivel individual”. Cuando se postuló para seleccionador, se topó con otra realidad: “Es la política lo que va por delante“.
Freire, sobre el dopaje en el ciclismo
Freire también ha sido una voz incómoda cuando se habla de dopaje y controles. “A mí me han pasado en quince días siete controles sorpresa“, cuenta, entre visitas a su casa en Suiza “a las seis de la mañana” o controles en mitad de una fiesta “con trescientos invitados”. Su diagnóstico es tajante: “Yo siempre he dicho que en un año pasaba más controles que un futbolista en toda su carrera deportiva”. Y la frase que mejor resume su frustración: “He pasado el que más controles de todo el pelotón. ¿Por qué? Simplemente por ser español, que estábamos mal vistos, y por ganar carreras“.
Esa sensación de agravio se amplifica cuando compara el trato al ciclismo con el de otros deportes y recuerda que “al ciclismo lo han tratado muy mal”. Con todo, no vive anclado en el resentimiento. Reivindica haber hecho su carrera con “muchísimo cuidado”, llamando al médico hasta para una simple crema, y mira atrás con una mezcla de orgullo y nostalgia: “Yo tuve la suerte de ser ciclista, y es un privilegio“. Asegura que “ha sido la mejor época de mi vida” y que, pese a los errores y las renuncias, no se puede quejar: “He sido un afortunado de hacer lo que me gusta, dedicarme a lo que me gusta”.
Entre los muebles que diseña, la impresora 3D y alguna salida en bici cuando el tiempo y las ganas lo permiten, Freire sigue siendo el mismo tipo que un día salió del Barrio Covadonga para ganar al mundo entero sin perder su manera de hablar claro.
